Tula y la noche
Por Luis Enrique Ramos Guadalupe
La observación del cielo incentivó la
racionalidad humana para adentrarse en el
vasto conocimiento de la naturaleza. Por esa causa resulta plausible pensar que la astronomía haya sido la primera entre las ciencias naturales; aunque se dude si fue o no precedida por la astrología.
Astrología y nefomancia son a la astronomía y a la nefología como la alquimia es a la química: una manera de interpretar los hechos o indagar en lo desconocido a partir de la observación empírica de los fenómenos, estableciendo una semiología convencional. En esos casos no se adoptan métodos científicos, sino que se transita por el terreno del esoterismo y la metafísica para develar lo oculto y reconocer y manejar las fuerzas desconocidas que intervienen en ellos.
Desde lo antiguo se intenta pronosticar, predecir, observando los diversos fenómenos naturales; se ha tratado de conocer el futuro por las fases de la luna y por la apariencia de las estrellas; por la frecuencia de la lluvia y por la dirección del viento; o desentrañando la cambiante apariencia de las nubes, dadas la multiplicidad de sus formas, sus colores y sus texturas, como vaporosa paleta natural sobre el lienzo del firmamento. Esas prácticas, como es el caso de la astrología, no han desaparecido completamente, parecen indelebles a pesar de tantos siglos de ciencia y civilización acumulados por las sociedades humanas.
Sin embargo, sustentarse en el método científico no equivale a aferrarse por fuerza a un positivismo recalcitrante y feroz, carente de las complejidades que la subjetividad introduce en los fenómenos psicológicos y sociales. Por ello también es oportuno aceptar que las emociones excitadas por la contemplación de la naturaleza dan lugar al estro, ese estado de inflamación espiritual que alimenta la poiesis.
Astrónomos y poetas, por ejemplo, comulgan en varios puntos. El más intenso y vinculante es la nocturnidad, el doble influjo de la soledad y la serenidad bajo el cielo estrellado; el silencio y la grandeza; la contemplación y la interrogación frente al misterio universal que intentamos expresar en nuestro lenguaje antropocéntrico.
Me ajusto, pues, a la opinión que expresa Antón Arrufat en su prólogo a la que es %al menos para lo que alcanza mi apreciación literaria% la mejor antología poética de Gertrudis Gómez de Avellaneda. En su texto introductorio dice Arrufat, refiriéndose al poema titulado “La noche de insomnio y el alba”: “es sin duda un gran momento de la poesía cubana del siglo XIX, impregnado de la angustia del insomnio
y la presencia enigmática, absoluta de la noche, y de la dicha luminosa del amanecer”1.
Desde esa perspectiva de Arrufat he intentado colocarme en la introspección de Gertrudis, y desandar su secular inspiración para el siguiente poema; una lectura que comparto con quienes, como yo, se contraen ante la excelsitud de la creación cósmica y expanden su espíritu al influjo de la obra de Tula.
Sin mayores dilaciones, leamos con ojos de ensueño estas rimas que cuajan de símbolos las horas nocturnas del ciclo diurno terrestre. En ellas, el abatido ocaso se transformará en inspirada plática con los astros que centellean con las emociones y vivencias de la Avellaneda; participaremos de un ejercicio dialógico con Venus, lucero de la tarde; seguiremos su interrogación nefomántica en las estrofas 13, 14 y 15; y finalmente, en íntima paz, participaremos del nexo discursivo entre lo medioambiental y lo espiritual, que pone fin a una veintena de estrofas que la poetisa tituló simplemente: Contemplación 2.
Tiñe ya el sol extraños horizontes;
el aura vaga en la arboleda umbría;
y piérdese en la sombra de los montes
la tibia luz del moribundo día.
Reina en el campo plácido sosiego,
se alza la niebla del callado río.
y a dar al prado fecundante riego,
cae, convertida en límpido rocío.
Es la hora grata de feliz reposo,
fiel precursora de la noche grave…
torna al hogar el labrador gozoso,
el ganado al redil, al nido el ave.
Es la hora melancólica, indecisa,
en que pueblan los sueños los espacios,
y en los aires %con soplos de la brisa%
levantan sus fantásticos palacios.
En occidente el Héspero aparece;
salpican perlas su zafíreo asiento,
y %en tanto que apacible resplandece%
no sé qué halago al contemplarlo siento.
¡Lucero del amor! ¡Rayo argentado!
¡Claridad misteriosa! ¿Qué me quieres?
¿Tal vez un bello espíritu, encargado
de recoger nuestros suspiros, eres…?
¿De los recuerdos la dulzura triste
vienes a dar al alma por consuelo,
o la esperanza con tu voz se viste
para engañar nuestro incesante anhelo?
¡Oh, tarde melancólica!, yo te amo
y a tus visiones lánguida me entrego…
tu leda calma y tu frescor reclamo
para templar del corazón el fuego.
Quiero, apartada del bullicio loco,
respirar tus aromas halagüeños,
a par que en grata soledad evoco
las ilusiones de pasados sueños.
¡Oh! si animase el soplo omnipotente
estos que vagan húmedos vapores,
término dando a mi anhelar ferviente,
con objeto inmortal a mis amores…!
¡Y tú, sin nombre en la terrestre vida,
bien ideal, objeto de mis votos,
que prometes al alma enardecida
goces divinos, para el mundo ignotos!
¿Me escuchas? ¿Dónde estás? ¿Por qué no puedo
%libre de la materia que me oprime%
a ti llegar, y aletargada quedo,
y opresa el alma en sus cadenas gime?
¡Cómo volara hendiendo las esferas
si aquí rompiese mis estrechos nudos,
cual esas nubes cándidas, ligeras,
del éter puro en los espacios mudos!
Mas ¿dónde vais? ¿Cuál es vuestro camino,
viajeras del celeste firmamento…?
¡Ah!, ¡lo ignoráis…! Seguís vuestro destino
y al vario impulso obedecéis del viento.
¿Por qué yo, en tanto, con afán insano
quiero indagar la suerte que me espera?
¿Por qué del porvenir el alto arcano
mi mente ansiosa comprender quisiera?
Paternal providencia puso el velo
que nuestra mente a descorrer no alcanza,
pero que le permite alzar el vuelo
por la inmensa región de la esperanza.
El crepúsculo huyó: las rojas huellas
borra la luna en su esmaltado coche,
y un silencioso ejercito de estrellas
sale a guardar el trono de la noche.
A ti te amo también, noche sombría;
amo tu alma tibia y misteriosa,
más que a la luz con que comienza el día,
tiñendo el cielo de amaranto y rosa.
Cuando en tu grave soledad respiro,
cuando en el seno de tu paz profunda
tus luminares pálidos admiro,
un religioso afecto el alma inunda.
Que si el poder de Dios, y su hermosura,
revela el sol en su fecunda llama,
de tu solemne calma la dulzura
su amor anuncia y su bondad proclama.
1841
Notas y Referencias
3 Gertrudis Gómez de Avellaneda: La Noche de insomnio. Antología poética. (selección y prólogo de Antón Arrufat); Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003, p 18.
2 Op. cit., pp. 72-74.