Nostalgia de GastÓn Baquero
Por SANTIAGO CASTELO
Fue una larga amistad de más de treinta años.
Yo era apenas un joven lampiño y veinteañero
y él fue mi profesor de amor a Hispanoamérica…
Porque era eso: un poeta, un enseñante a amar
que deslumbraba a todos con su palabra exacta.
Tenía las manos grandes y unos ojos muy tristes.
Inmensamente tristes. Y aquel acento suyo
que envolvía las cosas de poesía y belleza,
bajo el sereno poso de su mirar cansado.
Me dio el dulce veneno que da la cubanía
y cuando yo más tarde me prendé de La Habana
me puso el gentilicio de “habanensis” perpetuo.
En los últimos años le traía de Cuba
lo que más le colmaba su alma de exiliado:
cartas y libros de jóvenes poetas que adoraban su nombre
y, a escondidas, cambiaban sus versos manuscritos.
Gastón Baquero el grande, el maestro, el amigo.
Hoy quiero recordarlo en aquel homenaje
que le dio Salamanca donde fue tan feliz.
Era abril en las flores con las noches aún frías,
y más para aquel hombre que siempre fue cubano.
Aquellos ojos tristes se volvieron dichosos
y entre las nobles piedras que doran Salamanca
el aire se colmó de palmeras reales
para enjugar la lágrima que lloraba por Cuba.
Santiago Castelo