Alfonso HernÁndez-CatÁ y la poesÍa: ‘Canto a La Habana’


Por Adis Barrios Tosar

En el Palacio de Itamaraty, el 24 de noviembre de 1940, y bajo los auspicios de la Comisión Brasilera de Cooperación Intelectual y del Instituto Brasilero-Cubano de Cultura, se llevó a cabo la luctuosa jornada de despedida al escritor “cubano y salmantino Alfonso Hernández-Catá (24.6.1985, Aldeadávila de la Rivera, Salamanca-Río de Janeiro, 8.11.1940). Dos voces de altísima resonancia, Gabriela Mistral, a nombre de América y Stephan Sweig de Europa –las palabras de este último traducidas por Luis Rodríguez Embil-, evocaron las cualidades del autor, diplomático y amigo entrañable, orientando los discursos hacia esencialidades históricas que aún perviven en los esfuerzos y desvelos de nuestra más reciente contemporaneidad. Por una parte, “el bolivarismo intelectual”, con el que la chilena ilumina la necesaria unidad de América desde su tradición ilustrada:
Alfonso Hernández-CatáSolamente cuando nuestros pueblos del Pacífico desenrollaron el testamento de Bolívar, vinieron a comprender que en él estaba íntegra, estaba ya hecha, con todas sus piezas, una doctrina de unidad que podría ser buscada y luego enseñada, por medio de hombres espirituales. Después del ensayo, la América Española ha sabido, por su experiencia del magisterio de Alfonso Reyes o de Amado Nervo o de Hernández Catá, que la cultura logra más que la malicia como mensajera y que no hay red más dulce para el alma arisca de los pueblos que la de un hombre sabio y de buena fe. El hombre de Cuba entendió muy bien su ancho cometido. La propaganda de la cultura mayor de las Antillas cubrió los cuatro países de su carrera: España, Panamá, Chile y Brasil.
Hijo de Isla, no tenía el llamado espíritu insular, porque no lo tiene tampoco su patria liberal. De este modo, Catá aplicaría la brasa de su pasión a una labor que llamaríamos de bolivarismo intelectual. Libros, revistas, biografías cubanas, brasileras y chilenas, él las ha hecho circular de Norte a Sur por el cuerpo del Continente, como quien licúa la sangre parada de los miembros y echa a danzar el falso muerto de nuestro canijo nacionalismo regional.
Y, por otra, la apología del escritor austriaco judío, quien al insistir sobre la nobleza y calidez de Hernández-Catá como amigo, diplomático y promotor cultural en países de Europa y América concluye sus palabras aludiendo con frase solemne y pavorosa a la barbarie fascista que condena al hombre moderno a un destino errático entre los escenarios de los Poderes. La expresión desde hace largos años no hacemos, en el fondo, otra cosa que despedirnos sugiere el velado anuncio de su adiós definitivo y violento, al suicidarse apenas dos años después, tras la muerte del “amigo y del artista”:
(…) Pues, ¿quién, en resumidas cuentas sirve a una nación que aquel que la saca de sus fronteras, que une y conecta su literatura con la literatura del mundo y, al elevar su propio rango eleva así el rango de su patria?
Mas, aunque mucho hizo, mucho quedábale por hacer todavía. Y hemos de acallar nuestro corazón y no pensar en cuanto podía él haber dado aún a este mundo y en este tiempo nuestro, menesteroso más que nunca del puro artista y del hombre de veras humano para recobrar su perdida confianza en sí mismo.
Pasó tal esperanza. Lo absurdo que rige nuestro tiempo, encarnizóse contra él y fue a buscarle en el espacio infinito del éter –precisamente a él, tan necesario en su actitud de artista y de amigo. Y he aquí que se nos impone el deber de darle nuestra despedida. Nosotros, europeos de esta generación maltrecha, debíamos en verdad haber aprendido hace buen tiempo el arte de resignarse, pues ¡de cuántos que eran caros a nuestro corazón hemos debido separarnos ya! Hemos perdido hogar e idioma, posición y casa, y más aún: hemos asistido al desparecer de la esperanza que nos dio ánimo en nuestra juventud y de los ideales que nos hacían soñar; hemos perdido la credulidad y la confianza; desde hace largos años no hacemos, en el fondo, otra cosa que despedirnos 1, y la resignación estoica, desprovista de queja, se nos ha hecho ya casi costumbre.
Como explica Uva de Aragón en libro imprescindible2, Alfonso Hernández-Catá fue concebido en Santiago de Cuba, aunque nació en Aldeadávila de la Rivera. Antes del año retorna la familia a la provincia Oriental, donde transcurre la infancia y adolescencia del niño: “(…) La ciudad oriental sería siempre su patria chica. Allí, entre empinadas calles donde se armonizaban viejas casonas de medio punto y zaguán ancho, conoció los primeros juegos infantiles; y, en las aulas del Colegio de Don Juan Portuondo y del Instituto de Segunda Enseñanza, recibió su única educación formal” 3 (Aragón, 1996:19). Hernández-Catá vivió las postrimerías de la guerra de independencia y de estas memorias, algunas directamente vinculadas a su ámbito doméstico, escribió su más antologado cuento “La quinina” y muchas de las inspiraciones de su Mitología de Martí, que tuviera antecedente en su artículo publicado en El Fígaro, el 28 de junio de 1913, “La sombra de Martí” 4, dedicado a Aurelia Castillo de González: “(…) Quien hizo de su vida un poema de abnegación y sacrificio tenía que poner en su obra más pura ese aliento de dolor y esperanza que, a despecho de toda retórica, constituye en la obra de arte lo que perdura entre la sucesión de caprichos que el tiempo crea y destruye”.
Años después de la muerte de su padre, teniente coronel del ejército español, su madre, cubana, lo envía a España, donde en 1901, a los 16 años ingresa en el Colegio para Huérfanos Militares, en Toledo. Sin embargo, la pasión de Hernández-Catá por las letras sobrepasa los muros del recinto castrense y escapa a Madrid, donde se relaciona con un espacio bohemio de intelectuales y artistas, entre quienes se encuentran Eduardo Zamacois, Ramón Gómez de la Serna, Rafael Villaespesa y Benito Pérez Galdós, este último mentor en su formación. Como relata de Aragón, la Biblioteca Nacional de Madrid, “le abre un mundo nuevo” 5 (1996:21) del saber y el joven se entrega con perseverancia al estudio de diferentes materias, además de aprender diversos idiomas de forma autodidacta. Por esta época, también conoce a Alberto Insúa, quien recuerda: “Tenía una memoria prodigiosa. Sentados en algún banco de la Plaza de Bilbao, me recitaba versos de Darío, de Guillermo Valencia, de Nervo, de Julián del Casal, de toda la pléyade modernista. Usaba unas corbatas policromas, con grandes mariposas. También era melómano: silbaba los sonetos de Bethoven y las rapsodias de Lizt. Pero su ídolo era Greig”6.
En 1905 retorna a Cuba y se coloca en la redacción del diario habanero La discusión. Ya inserto en el periodismo, escuela y fragua de escritores a partir del siglo XX como signo indefectible de la Modernidad y el reordenamiento de la vida, Alfonso Hernández-Catá colabora en importantes rotativos como Diario de la Marina, El Fígaro, Social, Gráfico, Cuba Contemporánea, Orbe, Revista Cubana, Revista de Avance, Revista de La Habana, Carteles y Orto , entre otros. Cultiva la novela, el cuento –con gran maestría- y es autor de obras de teatro, algunas de las cuales en coautoría con su cuñado Alberto Insúa.
A su muerte Catá deja una obra abundante de sólidas vertientes temáticas que insiste en el hombre, su mundo interior y las fuerzas que compulsan la existencia. Novela erótica (1909), La juventud de Aurelio Zaldívar (1911), Cuentos pasionales (1907), Los frutos ácidos (1915), Casa de fieras (1922), Los siete pecados (s.f.), El ángel de Sodoma (1929), Piedras preciosas (1927), Manicomio (1932), Un cementerio en las Antillas (1933) y Cuatro libras de felicidad (1933), son tan sólo muestras de un sumario extenso de títulos que revelan el sondeo del escritor en zonas complejas para la literatura, manejadas como centros de su ars narrandi. Desde la oblicuidad de los subsuelos de la mente y las anfractuosidades de la vida, entre las regulaciones del Poder y los estereotipos de la tradición, la condición hu mana es el ser de las historias de su corpus relatorio. Notable en su proceder escritural resulta la vocación metaliteraria, metafictiva y ensayistica, que se abre a un proyecto de mayor alcance. Por citar un ejemplo de lo anterior, la novela Pelayo González. Algunas de sus ideas, algunos de sus hechos, su muerte (París, Garnier, 1909).
Sin embargo, Alfonso Hernández-Catá percibe que su programa estético no está articulado aún. Este espinoso asunto, junto con la Muerte que lo obsede como visión prematura y recurrente y su descolocación dentro del campo intelectual insular, debido al dejo castizo de su prosa, a la universalidad de sus temas y a las prolongadas ausencias por el ejercicio diplomático, representando a Cuba –obtiene la ciudadanía en 1907 e ingresa en el Cuerpo Diplomático y Consular- en España, El Havre, Birmingham, Lisboa, Copenhague y Sevilla, entre otros, lo lastiman hasta sus últimos momentos. En carta a Emilio Ballagas de 1940, cercano ya a ese “tiempo” en el que la “exactitud de las horas” “no han de ser luminosas”7 por la proximidad “al gran viaje”8, Hernández-Catá se duele de los vacíos que parecen acosarlo como fortalezas inexpugnables:
(…) ¿Mi drama? Verá usted. No me gusta nada de lo que he escrito, y no quiero aumentarlo. Siento en mí marejadas fuertes, comprensión, amor, visión aguda de la vida, que ha cambiado mientras yo cambiaba también. Y quiero expresar este otro mundo con otro acento; pero hallé necesario una pared de silencio para evitar ósmosis que, al cabo, hubieran equivalido a una continuación. Sé que usted me comprende: por eso le escribo estas cosas que no le he escrito a nadie. Nunca he trabajado tanto en mi arte como ahora que nada publico.
En lo oficial, gano mi puesto a conciencia y sirvo a Cuba con amor, con fervor. ¿Servirá de algo? ¡Me servirá de algo! Si siquiera es afirmativa la respuesta a la duda primera, importa casi nada la segunda. De todos modos cada cambio trae como heraldo ráfagas de miedo.9 La revista Memoria de Alfonso Hernández-Catá (1953-1954), encomiable empeño bio-bibliográfico a cargo de Antonio Barreras10 (La Habana, 23.11.1904-Id., 27.1.1973), magistrado cubano y albacea de la obra catiana, quien instituyó diversas maneras de homenajear al escritor fallecido - peregrinación a su tumba todos los días 8 de noviembre, el Concurso de cuento “Hernández-Catá”, de carácter nacional e internacional y el premio “Antonio Barreras”, auspiciado por la Cátedra de Literatura Cubana e Hispanoamericana de la Universidad de La Habana, que dirigiera el prestigioso profesor Raimundo Lazo-, expresa en sus “Palabras iniciales”, correspondiente al primer número de esta revista:
(…) Estos pequeños cuadernos, pues, estarán dedicados a la difusión de su vida y de su obra, consustanciándose de tal suerte con esta última, que deberán considerarse como complemento de la misma, por cuanto registrarán todo lo que, acerca de él o de sus trabajos, se haya escrito o escriba; insertará ensayos, crónicas o cuentos inéditos o poco conocidos amparados con su firma, y, como mensuario especializado que es, llevará a cabo una propagación sistemática de la totalidad de su obra. En ese sentido, pues, se propone ofrecer secciones fijas, como las destinadas a su “Ideario” –compuesto fervorosamente por el que esto escribe-, su “Epistolario”, que representa uno de los costados más interesantes y ricos de su labor literaria, y, también, la titulada “El Catá que yo conocí”, escrita especialmente para esta revista que nos aumentará su conocimiento en lo anecdótico y en lo biográfico (…)11
En realidad, la revista atesoró valiosísima información ampliamente referenciada en los acercamientos a esta figura y ganó el elogio de acreditados nombres de la cultura cubana, Juan Marinello, Jorge Mañach, Nicolás Guillén, et. al. En el número de Memoria… de agosto de 1954, en la sección “Correspondencia” podemos apreciar tres ejemplos notables: (Carta de Alfonso Reyes a Antonio Barreras): “Alfonso Reyes saluda atentamente a don Antonio Barreras y le agradece el envío de Memoria…, números 5 y 6. ¡Preciosos! ¿Tiene usted material de mis relaciones con Alfonso Hernández Catá? Aparecen algunas cosas en mis libros: Entre libros, pág. 221, y Cortesía, pág. 242. (f) Alfonso Reyes. México, D.F., 7-1954”.// (Carta de Juan Marinello a Antonio Barreras, 14 de julio de 1954) “(…) La publicación, por tantos conceptos ejemplar, mejora en cada salida. Esta entrega es en verdad riquísima, y tan excelentes y cuidadas sus notas que hay por fuerza que conservarlas, ya que tanto enteran de aspectos importantes de nuestra vida cultural y nacional. (…) (f) Juan Marinello”// (Carta de Emilio Roig de Leuchsenring, La Habana, agosto 1ro. de 1954) “Muy querido amigo: Estas líneas te llevan mi más efusiva felicitación por la magnífica labor que vienes realizando desde las páginas de la revista Memoria de Hernández Catá, por ti fundada y dirigida en recuerdo y loa de aquel preclaro escritor, gloria de las letras cubanas, y fraternal amigo nuestro (…)”
“Epistolario”, sección que Barreras presenta con gran interés, inserta una carta respuesta de Catá a Félix Lizaso 12, a propósito de su ensayo “Alfonso Hernández-Catá”, publicado en Grafos, en marzo de 1938 13. Nos detendremos, primero, en las palabras de Lizaso, para comentar posteriormente la carta de Catá que proyecta un programa estético, inconcluso por el trágico accidente de aviación que terminó su vida en la Bahía de Botafogo.
El crítico, tras admirar la disposición ensayística de la escritura catiana, se centra en esa “universalidad” que ha definido, específicamente, su obra ficcional. Lo coloca como escritor de ideas, pero descontextualizadas de época: “(…) Hernández-Catá no ha buscado hacer obra de época, a pesar de sentir la tragedia del hombre. No ha dado un libro de multitud. Y no se le niega, pero tampoco se le acepta plenamente. Tal vez si se piense que su obra de artista puro y alto debía responder a más universales intereses” 14. Además, señala que Catá exorciza sus demonios interiores en los argumentos, en la vida de sus personajes, sin sujeción a una idea central que los anude en la acción, a no ser el marco de digresiones del narrador -¿el autor?-, en ese micromundo intrincado de los debates de la psiquis humana y sus complejos mecanismos: “(…) ha tenido la obsesión de los estados de almas, o quizá mejor, que ha sido un torturado por su misma inquietud espiritual y que ha ensayado en la fantasía de los seres creados por él su propio temblor anímico” 15. Y concluye con la ingravidez de estas obras, recalando en “Nuestra Universalidad” como recurso para posicionar el desarraigo y enrumbar la significación de la angustia existencial del hombre de su época, con ese “aliento universal” que muy bien capta la visión catiana en sus recodos más profundos:
Hernández-Catá ha hecho obra de aliento universal. Ha escrito para el hombre de todas las latitudes. Pero el camino de lo universal está muchas veces en lo particular. Martí escribió para América, y es probable que cada día su obra vaya abriendo su radio de interés. Acaso si la universalidad de una obra no esté en su cosmopolitismo, sino en su limitación a lo concreto y propio. Lo que no tiene centro firme en que apoyarse corre el riesgo de no alcanzar progresión mayor; sin sustancia propia, la obra se pierde en el vacío.
Ahora Hernández-Catá anda por América. En América su obra ha encontrado resonancia insospechada. El gran artista de nuestra América, de nuestra tierra, tiene ante sí un camino nuevo y un espíritu en formación. Tal vez encuentre aquí la verdadera universalidad, la que está más próxima y es más nuestra 16.
En la carta-respuesta de Hernández-Catá a Lizaso, que citaremos in extenso, el autor, con atinada mesura y profesionalidad, abunda sobre ese tópico que parece convocar lo que en 1940 le mencionara a Ballagas como “mi drama”, ese constructo que concentra la pasión por Cuba y el fatum de su débil reconocimiento en el ámbito intelectual insular, con todas las adversidades éticas que esto implica; un serio constructo, insistimos, dentro de otro al que adiciona algo más, el Tiempo y la Muerte presentida. Leamos a Alfonso Hernández-Catá:
Toca usted, con mano delicada, amistosa, algunas heridas de mi moral, y hasta el porqué de esa aparente falta de cubanismo que los ciegos o los mal intencionados han señalado en mi obra. De una parte, mi tendencia a los conflictos del hombre absoluto, de otra, mi probidad para no dar por cubanismo un barniz visible al primer golpe de vista, esa realidad demasiado adjetiva, demasiado peculiar, caricatural casi, que poco revela de la entraña. Conformarse con la fácil “Kodak” cuando hay máquinas que retratan casi de noche, espectroscópicas casi, es conformarse con poco, ¿verdad? (…) Su ensayo me da aliento, y quiero ensayar a rehacer mi concepción, mi visión de la vida; América me tiene turbado, enamorado: y ojalá que en los años que me quedan pueda darle, hijo pródigo que empero, jamás se sintió desprendida de ella, el bien que me ha hecho este reencuentro. Sé que usted no ha hecho el ensayo para mi –Lúculo come en casa de Lúculo- y que es más amigo de la verdad que Platón, pero hasta las restricciones tienen en su ensayo tal tino, tan sensible anhelo de no menoscabar el aprecio y el reconocimiento de que soy un artista honrado, que ama su arte y lo sirve sin claudicaciones, que el amigo agradece que al decir usted la verdad lo halague en lo único que le dolería ser desconocido: en lo que atañe a la bondad, a la severidad, a la fe y esperanza en la virtud del arte. Gracias Lizaso. (…) Haga que me remitan los volúmenes publicados de Varona y una colección completa de las obras que me puedan servir para nuestra propaganda. Le aseguro que me ocupo con afán, que trato de ser útil, y que, a veces, tengo la dulce ilusión de que represento a Cuba de modo eficiente.
Ayúdeme. (…) 17
Lúculo come en casa de Lúculo. Catá en esta misiva se sienta ante sus fantasmas y los enfrenta con una delicada réplica apenas imperceptible. Aclara que de lo único que se dolería es de no ser reconocido como intelectual honrado, siempre amante del arte y leal a Cuba. No es menos fina y significativa la dignidad de su súplica a Lizaso: “Ayúdeme”. Pero Lúculo come en casa de Lúculo y Hernández-Catá con guante blanco toca nervaduras éticas que nos señalan su admirable trabajo diplomático representando a Cuba y tanto, que sin concesiones complacientes y a pesar de todos los perjuicios que le ocasiona, discrepa desde la prensa madrileña cuando la intervención de las tropas españolas e inglesas en Marruecos, algo que le cuesta su cargo de cónsul primero, quedando a “disponibilidad”, o al renunciar a su puesto consular en 1933, ante la represión del gobierno de Gerardo Machado y escribe Un cementerio en las Antillas 18, libro que sacrifica su efectividad literaria, precisamente, por el ríspido relieve de alegato que supera la especificidad estética. Tampoco pasa inadvertido el trabajo de promotor cultural que integra a su misión diplomática, promoviendo la obra de escritores cubanos, por ejemplo, Ballagas logra difusión rápida en España y Brasil, gracias a la gestión de Hernández-Catá, asimismo la traducción al portugués de dos libros de Regino Pedroso por el afamado novelista brasileño Jorge Amado y por último, en la revista Diretrizes de Río de Janeiro publican, a instancia suya. Dulce María Loynaz, Regino Pedroso, Martínez Villena19 y Ballagas; también, su adhesión al Grupo Minorista y sus atildadas opiniones en las encuestas de la Revista de Avance. Pero sobre todo, ese párrafo final de su carta a Ballagas citada en este texto: “(…) En lo oficial, gano mi puesto a conciencia y sirvo a Cuba con amor, con fervor. ¿Servirá de algo? ¡Me servirá de algo! Si siquiera es afirmativa la respuesta a la duda primera, importa casi nada la segunda. De todos modos cada cambio trae como heraldo ráfagas de miedo (…)20 En realidad, la obra de Hernández-Catá trasluce una prosodia castiza que remite lo entrañado de la influencia española. El forcejeo de dos mundos complementarios que le pertenecen y al que él pertenece –por difícil que sea entenderlo a algunos estudiosos-, otorga esa matriz universalista que, aparentemente, desmarca su palabra de signos geográficos al colocar asuntos existenciales de aguda complexión humana. Muy influido por la retórica naturalista que trasvasa al modernismo el efectismo cientista y su aliento especulativo afín al ensayo, la escritura de Catá parte de estos términos para barajar los temas de sus relatos y resolver esa tensión intrínseca del escritor con la cuartilla en blanco.
Hernández-Catá fue un ingenio de las letras que pudo incursionar en casi todos los géneros: novela, cuento, periodismo –este último interesantísimo tanto en temas como por la soltura de su prosa-, teatro y poesía. De esta última, que en verdad fue desde donde partió su fogueo creativo, hablaremos brevemente a propósito de “Canto a La Habana”, texto que reproducimos íntegro.
Explica de Aragón que en 1905 el autor de El ángel de Sodoma, “figuraba en una selección de poetas jóvenes publicada en Madrid, ‘La corte de los poetas’ 21 (1996:22). Pero no es hasta 1931 que aparece su único libro de poesía, Escala 22. En su “Preliminar” explica el título siempre anudado a la obsesión temporal, a la finitud, la vida y su tránsito por las horas, por las horas del vivir interior desde un yo lírico intenso e intensificado en una angustiosa percepción del espacio que lo provoca y encanta. Asimismo, acorde con la preceptiva modernista, el autor en este bojeo artístico alude a la hiperestesia, tan del gusto parnasiano. Confiesa, a su vez, que a pesar de haberse ubicado en los ámbitos de la prosa, por antonomasia, fue en la Poesía donde inició su aventura en el universo de la palabra. Leamos:
(…) Poesía es escalar. Escala por subir y para descender, para detenerse entre las etapas del viaje que lleva del primer vagido al último estertor, medida a la cual referir todas las dimensiones, sucesión gradual de sonidos, de emociones, de colores. Es espejo de mágica luna que reúne las imágenes más heterogéneas, y las coordina, la acendra, las sensibiliza. La palabra Poesía tiene, aún cuando no lo digan los diccionarios, tres sinónimos que no coinciden en ninguna otra. Son, a saber: Dios, Existencia, Hombre.
Y si la palabra Poesía se perdiese en un inmenso cataclismo, el Universo quedaría sin brillo y sin gracias, inexorablemente. (…) Humildemente, orgullosamente, confieso que si siempre fui amigo fervoroso de la Poesía, nunca, al mirarme en el espejo moral que tan pocos usan en el aseo del alma, me contemplé circuido del alo divino que orla a los poetas; y, en cambio, sí creí ser llamado hacia otros rumbos literarios. Porque gocé y bien sufrí de la Poesía; porque fue su llamarada la primera que inclinó mi alma hacia las letras; porque su ejercicio es precioso al prosista, la cultivé siempre. Y hoy, pasado ya el “medio del camino”, entresaco de la cosecha de todos los tiempos y reúno este manojo (….) 23
Sobresalen en este libro de variable tesitura poemas inscritos en la llamada “poesía negra” que comenzó a vigorizarse a partir de la década del ’20 con la irrupción de las vanguardias y una noción inclusiva de los elementos étnicos que conforman la identidad cultural, no sólo con la mirada pintoresca y costumbrista de las estampas de Landaluce y los articulistas del XIX, sino de crítica social y alusiones políticas que ponen sobre el tapete, abiertamente, una polémica vigente e irresuelta hasta nuestros días. El ritmo versal que busca en la síncopa y la aliteración, en la onomatopeya, en la anáfora para sugerir el toque repetitivo del bongó, del tambor, de las claves, en esa simbiosis de “baile y bembé” 24, con la guaracha, el guaguancó, la rumba y el son, en el lenguaje performativo donde el trabajo fonético se hace especialísimo, entre otros recursos composicionales y que tuvo sus máximos exponentes en Guirao, Ballagas, Tallet y Guillén, también halló en Hernández-Catá un interesante aporte primicial a tener en cuenta. Estos poemas contenidos en Escala son: “Clave”, “Guajira”, “Rumba” y “Son”, en donde no sólo apreciamos los recursos estilísticos de este tipo de poesía, sino el puntillismo por cartografiar La Habana en sus arterias emblemáticas:

“Habanera”

Bajo la Planta
Estelar,
La Habana está adormecida.
Un temblor de nueva vida
se oye casi germinar

¡Besos en el mar!

Bajo el sol crepuscular,
mientras despiertan las rosas,
descansan hombres y cosas
de su febril anhelar.

¡Sueños en el mar!

Frente de la secular
tiburonera de El Morro,
pide una barca socorro
bajo el sol canicular.

¡Un grito en el mar!

“Clave”

Calle de San Juan,
puerto de Boniato,
ensenada del Níspero
mar secuestrado…
(Ninguno de vosotros
podéis saber
lo que aquí pongo)

Iglesia de Dolores,
plaza de Armas,
loma de San Basilio,
casita baja…

(Ninguno de vosotros
podéis saber
lo que aquí pongo)

Mañanas de panal,
tardes de seda,
zumo de frutas, hálito
de enredaderas…

(Ninguno de vosotros
podéis saber
lo que aquí pongo)

Montes de oscuro verde,
camino estrecho,
y aquel sitio alargado del cementerio…

(¡Ella y yo solos
Saber podemos
lo que aquí pongo!)

………… “Rumba”

Mientras la cuerda se queja,
vocifera el cornetín.
La negra estatua se agita
con negro temblor su fin.

“Uno dicen que a la una, Otro dicen que a la tre”

Veinte años, formas perfectas,
talle de palma real;
risa feroz y no sabe
que el bien puede ser mal.
“Aé, aé…!Aé la chambelona!”

Por muy vestida que vaya
la negra estatua se ve.
Ojos de concha marina,
labios de crudo bisté.

“Y que ya Dominga se casó, ¿cuándo me casaré yo?

Mil sortijas en la cabeza,
sesos huecos tras de la frente,
y más allá del disparate
algo que brilla de repente

“Que m’ empreste que tu fonó
grafo por un momento…”

Por la nariz desparramada
pasa un hálito de lujuria.
tan pronto aguanta insulto y golpe,
como se revuelve con furia.

“!Con palo no, salao, con palo, no!

Huele a trabajo y a espasmo.
La música adquiere peso.
Y ondula el negro oleaje,
Mitad crimen, mitad beso.

“La han dividido el cuerpo en
do desde el cogote hasta el riñón”

. La cintura muele deseos,
Se le escapan palabras extrañas.
Cien ojos buscan los caminos
que conducen a sus entrañas.

“A ti ná má te quiero. ¡A ti ná má!

Africa llora en la orquesta.
Húmedo sopor domina.
Al latigazo del trópico,
el ario orgullo inclina.

“Vienes como perro sato
trá mi bata almidoná”

El galopar de los timbales
pisotea todo recato,
y la música contagia,
como si fuera un Sucubato.

Arrumbambaya…Arrumbamba-
Ya. La conga tiene merequetén”

El bongó se ha vuelto loco.
Todo es síncopa y compás.
¡Negra tu carne se venga
del alma de los demás!

¡Ay mamá Inés!...
¡Ay mamá Inés!”

……………. “Son”

Vengo echando candela.
¡No pué sé!
Ya pué poné el anafe
del revé.

Depué de habel hecho tanto
en el Comité
Sinco vece fui al presinto;
en sei mitin me fajé…!

No me mire de ese modo:
Estoy sesante, mujé.
No abra eso ojo e pescao:
¡Aquí está el papé!

Pa la última elesione,
¡lo voto que busqué!
Ejto no se queda así,
No pué sé!
Ejto nunca lo he aguanto
Ningún Valdé…

Yo nunca he sio violento,
tú lo sabe bien.
(el gayetaso d’ anoche)
Pero si hay que haselse oso,
Si hay que il con revolve al sinto,
¡pue iré!

Si e que hay que echalse pal monte,
¡pué ni alsaré!

Rifle, machete, canana
Y caña, siempre hay quien dé.
El Plesidene va oílme.
¡Ejto no pué sé!

Primero vino la obra
d il tos a pie.

Depué toíto de rodiya,
y ahora, tú ve:
Tendío, muelto de hambre,
Reconcentrao otra ve…
Peol qú en tiempo d’ España
¡Ejto no pué sé!

¡No abra esos ojo e pescao: aquí está el papé!

…………………. Escrito al estilo de la prosa rimada, Canto a La Habana lo publicó Alfonso Hernández-Catá en Social en septiembre de 1926. Está dividido en estadíos, -¿escalas?-, de una Habana transeúnte que deambula por la historia interior y física del sujeto lírico y la ciudad. “Invocación y bendición”; “Viñeta de ayer”; “Hoy, mañana” y “Envío”, son paradas de ese peregrinar exaltado y sintétizador que expresa su epifanía en los epítomes ciudad-corazón y ciudad-entraña. El ritmo intrincado de la prosa poética, desgrana metáforas, metonimias, sinécdoques e imágenes aglutinantes de significados que proponen lo volátil y fugaz del recuerdo, del pensamiento y el tiempo.
Advertimos en estas instantáneas el agreste intermezzo de la Colonia. Son las figuras pintorescas de Landaluce reacomodando en graciosas ilustraciones las terribles verdades de la Cuba decimonónica entre los esfuerzos de José Victorino Betancourt y José María de Cárdenas y Rodríguez en sus cuadros de costumbres, ahora con la embestida del sol de Ramón Meza, la pobreza del bodegón y su trastería y la tela de ralladillo encubriendo sobre la máquina de coser la seda azul, blanca y roja de la bandera misteriosa que romperá una bala en el campo de batalla. No escapan a estas ráfagas sepia el chino escuálido repetido en la geométrica albura de su ropa planchada, ¡tan iguales son! -¿”Los Chinos”?-, el soldado famélico que vigila su sombra como un espectro que se rompe bajo tanta luz, los canónigos densos como manchas apostando a los dados la confesión atormentada y comprometedora que guardan bajo sus manteletas queirocianas, el mataperro voceando el Diario que miente, ese negrito pícaro -¿picaresco, bufo?- a quien se le llena la boca de la espuma dulce de la caña, que bien conoce él…, la casa que trasuda dolor con la noticia del que van a fusilar y el niño que aprende el odio, ¿será José Martí o Hernández-Catá?, al filo de la guerra de independencia. El ojo del canario.
habana1“Hoy y mañana” es el vértigo de la República que aclara el tintazo goyesco. Es La Habana que se ensancha y urbaniza, que vive “su” Progreso, su “americanización”. La “risa” y el “choteo” están en la arteria de la idoneidad cultural del trópico. La Habana ciudad-entraña que da la bienvenida al forastero que tendrá hijos cubanos en la ciudad-corazón. Ante tanta novedad que sorprende al alba, tal parecería que San Cristóbal, dice el poeta, se levantara a laborar en la noche habanera como un obrero.
Poema transido de afectividades y emociones, Canto a La Habana culmina con el “Envío”, donde el poeta pide a La Habana un pedazo de tierra para arraigar su cansada ingravidez trashumante. La Muerte, siempre presente tanto en la prosa como en el verso catiano, clausura el broche al reencontrar la ciudad-entraña y la ciudad-corazón, por fin, la matriz que le pertenece.

“Canto a La Habana Invocación y bendición
Ciudad tutelar a la vez vieja y núbil; madre joven que aguardas aun el amor; a un tiempo raíz y fronda y flor y fruto; ciudad-entraña, ciudad-corazón; heroica, perdonadora, hospitalaria, perdonadora, íntima, ¡pues cupiste en mi alma, recógete para poder estrecharte en mi voz!
¿Qué me dijiste al besarme, hechicera, que tu recuerdo se hace en mí lágrima y canción? Con tu abrazo moreno que abraza el mar, ¡abrázame! ¡Fúndete con tu sol! ¡Dame un renuevo joven con tus mañanas rubias! ¡Tiñe la llama de mi espíritu en la infinita irisación de tus crepúsculos! ¡Y en las sedosas noches de tenebroso esplendor, acoge mi cabeza fatigada por el anhelo de creación!... Ciudad buena del pan y de la risa fáciles, ciudad-entraña, ciudad-amor!
Por tu sol, magnífico patriarca fecundo; por tu brisa, balsámica hermana sin par; por tus luces doradas y embriagantes, vino generoso de la ubérrima vid celestial; por tu tierra pródiga, por tu puerto pródigo donde se vienen a anudar los infinitos hilos que infinitos navíos traen de todos los rumbos sobre el mar; por tus calles de expoliada factoría que acecha la piqueta ya; por tus avenidas de progreso fantástico que hacia el futuro van; por tu febril trabajo nutritivo y tu voluptuoso descasar; por tu aire de fragua o de suspiro suavísimamente letal; por tus mujeres -¡acude adjetivo imposible-, por tus hombres, por la unidad que toman a tu amparo todas las existencias; por tu poder de cubanizar…!bendita seas, Habana querida! ¡Bendita seas, luminosa ciudad maternal!

Viñeta de ayer
Estrecha calle colonial. Suena un pregón. La vendedora de dulces, bajo su tablero, busca el alivio de la sombra. (El sol es fuego púgil, la sombra fuego enfermo). Por la ventana de una accesoria que rasga hasta lo alto la fachada pintada de rosa, una negra de elástico ébano peina a una mulata desmoralizadora: marfil, pimienta, agua estancada las pupilas, zumo de fruta tropical la boca. Desde la bodega de enfrente, el dueño, un voluntario, avizora, y sobre el zinc del mostrador hace relampaguear y sonar varias onzas. Pared por medio una muchacha, anémica, ojerosa, maltrecha de miseria, ante una máquina de coser su juventud agosta. Y para descansar, de cuando en cuando, al quedarse la calle sola, bajo la tela de rayadillo, borda con seda azul, punzó y blanca, una bandera misteriosa. Pasa un soldado que es espectro de hambre y de fatiga. Sórdida avanza una guagua con estrépito. Se multiplica un chino entre la ropa rígida y blanca de su tren de lavado. Zumban las moscas y los mosquitos sobre un charco; el vómito negro ronda. Dos canónigos lentos bisbisean sobre sus rotundas andorgas algo que no son frases del Breviario: ¡Quién sabe si una Sulamita criolla cayó en la red confesional! Aguda, alegre, rota la voz de un mataperros “!El Diario… El Diario!”, pregona. Dos canutos de caña le da el del ventorrillo porque le deje ver gratis la hoja; y mientras trabajosamente lee: “Sin novedad por nuestra parte”, de la boca infantil el denso guarapo como una dulce risa se desborda. Dentro de una alta casa cerrada gritos y lágrimas se desbordan; “¿Lo irán a fusilar?” La madre llora. Un niño aprende su lección de odio. Se crispa un puño. Hay silencio…En la accesoria la pasa de la mulatita se resiste a la dura doma del peine, mientras que la máquina de coser para, pesarosa, de dar puntada tras puntada en la tela que ha de ser rota por una bala en la manigua. El aire vibra. Turbia onda de algo que fermenta y se pudre, en las almas y en las cosas, se exhala. La calle, como si quisiera ir a serenarse, se alonga hacia la mar que oculta un momento de un bergantín que sale la romántica pompa… El sol transforma en oro hirviente media calle. No es, casi, más fresca la otra.
(Rincón colonial aún vivo, ¡cuánto te detesto y te quiero! Tienes facciones de ser humano…Eres contraste, eres recuerdo. Morro, Cabaña, Punta, ¡qué cerca y ya por fortuna, qué lejos! Calles de San Ignacio y de Oficios: estómagos… Calles de Obispo y de O’ Reilly: nervios…Calle de la Muralla: virtud e incomprensiones…Foso de los laureles…!No, no: paz a los muertos!)

Hoy, mañana
¡Flor suprema de la República cogida en el jardín que hace veinticinco años era aun peor que yermo! ¡Cotidiano prodigio de la ciudad que se engalana cada día con una gracia nueva! ¡Expansión de una juventud tan lozana que todos los corsés le estorban! ¡Habana, síntesis de la eficacia de esas tres palabras cardinales: fe, ensueño, acción! Te has ido hacia el mar y hacia el campo: ¡necesitabas olas y palmas para tu progreso! Vías anchas y lisas para tus hombres que se avienen ya al paso retardatario de ayer; parques con agua saltarina y con palios de susurrante fronda para que tus niños eduquen el pecho y la vista; edificios señeros que transformen las siete lámparas de la arquitectura en siete poderosos arcos capaces de hacer guiñar al sol; y hasta algún rascacielo formidable que ponga un reflejo –uno solo- de la Babel creada al otro lado del Golfo por los americanos hijos de ingleses, en la América hija de España.
Avanzar, ensanchar, multiplicar. He aquí tus palabras… La aventura con brújula, la fuerza sin jactancia, la risa, el choteo a modo de brisa espiritual que temple los desmanes del trópico; pero al mismo tiempo, la mente y los brazos activos. Y no preguntarle a ningún inmigrante de dónde viene, sino qué es capaz de hacer; y acogerlo segura de que sus hijos serán para siempre cubanos…Y junto con ellos, hermanados, ese edificar donde alternan locura y cordura, tan prodigioso que parece que, por las noches, mientras los hombres duermen, el ciclópeo patrón de la ciudad, San Cristóbal, sale con cuadrillas de invisibles y gigantescos obreros para crear nuevos edificios, nuevas perspectivas, nuevas obras de asombro.
Y junto a las construcciones materiales, las espirituales; y todas con cimientos fuertes. La iglesia, el palacio, la casa social, la residencia. La institución, la biblioteca, la escuela… El mármol, el pórfido, el bronce. El entusiasmo, el sentido de la euritmia, la conciencia de que se edifica para después… ¿Qué ciudad puede echarte en cara que ha ido más lejos que tú en el mismo lapso? Ninguna. Vengan de las milenarias de Europa y de las nuevas de América a aprender belleza en tu Malecón incomparable donde tienen las albas y los ponientes un encanto único; vengan a ver los repartos, regalo de la Habana futura, grandiosos, inmensos, obra de hadas, ensueño realizado, y se comprenderá el orgullo de una ciudad capaz de hilar en la rueca del futuro la hebra con que va tejiendo su presente.
Habana de hoy, prosa y poesía infinitas, pedazos ya de cristalizados de la gloria y accesorias materiales y espirituales aun por destruir. Habana, mariposa recién salida del capullo que abre sus alas intactas todavía…Prado en que dos eras confluyen, Vedado suntuario, incomparable, fuente luminosa duplicada en el espejo del lago, tránsito trepidante y remansos de sosiego restaurador, ¡cómo os adueñáis de la vida de quien os comprende hasta hacerle sentir que vivir lejos de vosotros, sea en donde sea, es vivir desterrado!
Habana justa que emprendes a paso jubiloso de danza las rutas difíciles, que alías al aliento robusto del forjador el abandono gracioso del que juega. Tú cotizas al precio más alto el don divino de la simpatía, tú nivelas prosapia y belleza, inteligencia y alcurnia, industria y caudal. Y tus perfumes y tus sabores mitigan todo rigor de clima como el beso muy deseado y logrado compensa de la más dura resistencia. Habana, Habana, Habana…has clavado en el mañana tu enseña. Vista desde el mar eres cual luminosa madreperla en el día y cual inmensa constelación que ha renunciado al cielo en las noches. ¡Habana, Habana, Habana, arrullada por las brisas, los trenes y los navíos que a ti conducen parecen inmóviles y eres tú la que transportas al viajero, en una multiplicación inverosímil de minutos y de distancia, a una vida más azarosa, más gozosa, más intensa en responsabilidades y placeres, ¡a una vida mejor!
Envío
El férvido ritmo elogioso con ímpetu suene
Y el ámbito inmenso del mundo traspase tu gloria.
Acoge benigna esta rama de mística unción,
Y, en premio, depárame para cuando el canto expire en mis labios
un rincón florido bajo los cipreses de tu cementerio, ¡ciudad entrañable, ciudad amorosa, ciudad-corazón!
MCMXXVI
Social, La Habana, No.9, vol. XI, septiembre, 1926:97.

Notas y referencias
3 Cursivas (Cuando sea lo contrario, se advierte. Nota de la autora)
2 Uva de Aragón: Alfonso Hernández-Catá, un escritor cubano, salmantino y universal. Cátedra poética “Fray Luis de León”, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1996.
3 Ibid p.19
4 Este trabajo lo recoge Antonio Barreras, en su Memoria de Alfonso Hernández-Catá, año I, No. 3, La Habana (Cuba), 1ero. de enero de 1954.
5 Uva de Aragón op.cit p 21
6 Esta cita fue tomada de un texto que apareció en Internet y remite a las siguientes bibliografías: Alberto Insúa: Memorias. 2 tomos. Editorial Tesoro, Madrid, 1952-1953; Evocación de Hernández-Catá. Ateneo Popular de la Boca, Buenos Aires, 1943.
7 Las expresiones entrecomilladas provienen de una carta a José de la Luz León, fechada en Río de Janeiro, el 8 de junio de 1938 y dice literalmente: “(…) y aunque sea para contarme con exactitud horas que ya no han de ser luminosas porque me acerca demasiado sensiblemente al gran viaje…” (Romero, 2004:170)
8 El reiterado motivo de la Muerte y su dolor de Cuba, que él exorciza con su labor de promotor cultural, aparece de modo puntual en esta carta a Antonio Martínez Bello, fechada en Río de Janeiro, noviembre 7 de 1940, es decir, el día antes del accidente: “Acabo de recibir sus dos libros, con el pie en el estribo para San Pablo, de donde volveré dentro de diez o doce días, y ya he leído los dos prólogos, ambos excelentes (…) La continuidad de su esfuerzo, la altura y nobleza de sus metas, lo señala a usted tanto como su talento a la gratitud de cuantos nos interesamos por la cultura cubana. Estoy seguro de que ambos libros van a procurarme deleite y enseñanza, y le anticipo las gracias por el raro favor. Le van con estas líneas los mejores votos para su persona y su obra, de su compañero y verdadero amigo, (f) Alfonso Hernández Catá.”
9 Cira Romero (compilación, introducción y notas) en Alfonso Hernández Catá: Compañeros de viaje, correspondencia de Alfonso Hernández Catá con intelectuales cubanos (1908-1940), Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2004. p. 186.
10 En “Primores del fervor”, texto de Francisco Ichaso, reproducido en Memorias…, No. 9,. agosto de 1954:339, nos dice: “(…) Va por el séptimo número ese mensuario en que Barreras lo hace todo: el acopio de materiales, la selección de textos de Catá, con sus apostillas correspondientes; el emplane, la corrección de pruebas, la distribución y hasta la búsqueda de los pocos anuncios que le ayudan a cubrir el costo de los cuadernos. (…) Esta publicación se reparte gratuitamente (…)”.
11 Memoria de Alfonso Hernández-Catá, La Habana (Cuba), año I, No. I, 8 de noviembre de 1953.
12 En este sentido resulta imprescindible citar la labor de rescate y preservación de la memoria cultural cubana que viene realizando con rigor profesional Cira Romero, investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística. Entre sus textos se encuentra el ya citado: Compañeros de viaje. Correspondencia de Alfonso Hernández-Cata con intelectuales cubanos (1908-1940), en donde podemos disfrutar la lectura de una colección epistolar del escritor con notables figuras de su paréntesis histórico.
43 Este mismo texto lo utiliza Lizaso en su libro Ensayistas contemporáneos (1900-1920). Editorial Trópico, La Habana, 1938.
54 Memoria de Alfonso Hernández- Catá, Año I, No. 3, La Habana (Cuba), 1954, p.51.
65 Ibidem., p. 50
76 Ibidem, p. 53
87 Ibidem., p. 57-59
98 Madrid, Galo Sáez, 1933.
109 En Memoria de Alfonso Hernández-Catá, no. 5, 1954, pp.141-143, Antonio Barreras cuenta que: “ (…) en una ocasión hubo de acompañar Hernández Catá a visitar a Martínez Villena –trabajaba entonces en la Secretaría de Justicia, donde se efectuó la entrevista-, confiándole instantes después de la separación: ‘Está ungido por los dioses. Poeta, artista, la contemplación de sus ojos entraña espectáculo maravilloso. Nos dicen, nos gritan, toda la emoción humana y todo el gran talento singular que posee. Lo admiro sin tasa alguna y hago votos porque nos entregue la obra que todos esperamos de él”. Esta nota del autor de las memorias… tiene lugar a propósito de la carta a Mariano Aramburu, de octubre 12 de 1928 (Romero, 2004:96), en la que Hernández-Catá se duele por la “esterilidad” intelectual de Villena. Evidentemente, nunca comprendió el “todo al fuego” con que el héroe sellaba su destino épico.
20 Alfonso Hernández-Catá: Compañeros de viaje. Correspondencia de Hernández Catá con intelectuales cubanos (1908-1940) Op. Cit. p.186.
21 Uva de Aragón, op. cit. p. 22
22 Escala. Ornamentación de Manuel Benet. Renacimiento, Madrid, 1931.
23 Ibid. p. 15-16 y 23
24 Ver: “La poesía negra. Guillén”, en Historia de la literatura cubana. Tomo II. La literatura cubana entre 1899 y 1958. La República. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2003, p. 317-327.