Un dÍa habanero de El caballero de parÍs y su psiquiatra
Por Luis Calzadilla Fierro
Como era su costumbre, el Dr. José Uriarte Simonettise se dirigió aquella mañana de septiembre
de 1949 hacia la sala Esperón del Hospital de Dementes de Cuba para realizar el pase de visita
a los enfermos. Graduado en 1941, desde 1944 comenzó a trabajar en Mazorra, nombre con el cual era popularmente conocido el centro hospitalario.
-Doctor, han ingresado al Caballero de París- le informa el enfermero, después de saludarle.
El 3 de septiembre de 1949, las personas que transitaban por el Paseo de Carlos III, ahora Avenida Salvador Allende, fueron testigos de una escena no habitual. El Caballero de París, armado de una brocha y de un cubo de pintura roja, escribió en el pedestal de la estatua del monarca español esta inscripción ‘VIVA EL REY DOCTOR DON CARLOS PRIO SOCARRAS’. Casi a punto de marcharse el Caballero fue detenido y conducido a la estación de Policía. Al tratarse de una contravención leve le impusieron una multa de 25 pesos que no pudo pagar y fue encerrado en el Vivac. Se abría el primer capítulo del Juicio 35179 del Juzgado de la Octava Estación, contra el Caballero de París, quien siguiendo su costumbre de cambiar el nombre y la fecha de su nacimiento, se identificó ante el juez Julio Bringuier como Manuel Rodríguez Antonejo, nacido en 1898. Los médicos forenses Hugo Ferrara y Francisco Álvarez, certificaron que el sujeto ofrecía síntomas evidentes de perturbación mental. Bringuier dispuso que el acusado fuese sometido a observación de especialistas en el Hospital de Dementes de Cuba.
El psiquiatra encaminó sus pasos al lugar donde se amontonaban los enfermos y en un rincón del patio encontró silencioso y sucio, entre un montón de excrementos, al inconfundible personaje. Pero aquél iba a ser un día algo inusual para el Dr. Uriarte, quien escuchó otra vez la voz familiar del enfermero.
-Lo llaman del Palacio Presidencial.
-¿A mí? ¿Para qué me van a llamar de Palacio? - responde. Alguien me quiere tomar el pelo, piensa, profundamente desconfiado.
-La llamada es para el Director, pero él no se encuentra y han pedido hablar con el psiquiatra que atiende al Caballero de París.
-Digan que no estoy, seguro que se trata de alguien que no tiene nada que hacer y está fastidiando.
El enfermero se retiró, pero apenas transcurren treinta minutos, cuando se escucha de nuevo el timbre del teléfono.
-Doctor, es para usted, lo llaman de Palacio otra vez. Uriarte medita unos instantes y al fin se decide a contestar, algo irritado con el posible bromista.
-Es el doctor Uriarte. ¿Quién me habla?-dice de mal humor.
-Doctor, lo llama el Jefe de la Casa Militar del Palacio Presidencial. De parte del Señor Presidente de la República, que le firmen el alta al Caballero de París, que no le corten el pelo, ni lo afeiten, que nosotros pasaremos a recogerlo más tarde. Le hago a usted responsable, en ausencia del Director, del estricto cumplimiento de esta orden; si no lo hace, tendrá que atenerse a las consecuencias.
—No se preocupe. Así se hará…General— contestó ense-guida el psiquiatra, pasando rápidamente de la irritación al temor y el desconcierto.
-¡Yo no soy general, doctor!- y el coronel le cuelga ruidosamente el teléfono.
La presión del pueblo y de algunos órganos de prensa daban sus frutos. Poco después, en una flamante limusina negra del Palacio Presidencial, José López Lledín aban-donaba el infierno, donde apenas había permanecido veinti-cuatro horas. La amada ciudad, que añoraba su regreso, lo esperaba con los brazos abiertos.
En una hermosa maña-na de 1982, más de tres décadas después de lo ocurrido, sentado junto a mí en el portal de una limpia sala del Hospital Psiquiátrico de La Habana, mi amigo el doctor José Uriarte Simonetti, encanecido, pero con la misma jovialidad de su juventud, me narra con una sonrisa a flor de labios lo ocurrido el día en que por única vez en su vida lo llamaron de parte del Presidente de la República, fue por menos de 24 horas el efímero psiquiatra de El Caballero de París y ascendió a General al Jefe de la Casa Militar del Palacio Presidencial, habitado entonces por Carlos Prío Socarrás.