San CristÓbal de La Habana: despuÉs que vino el huracÁn


Por Luis Enrique Ramos Guadalupe

Las fuerzas de la naturaleza y las fuerzas productivas, vistas desde la intrascendencia de la cotidianeidad, parecen hallarse en sutil equilibrio, como en condición de balance y reciprocidad. Pero esa visión es efímera y engañosa. En realidad unas y otras permanecen en frágil correlación, cuya ruptura obedece casi siempre a la intervención del género humano. Tratar de alcanzar un estatus holista entre ambos sistemas es lo que contemporáneamente se denomina sustentabilidad, y llegar a ella no es cosa sencilla, ni lo resultará seguramente en los tiempos por venir.
Cuando se agrede al entorno y se escinde la cadena de la vida, o se altera drásticamente el equilibrio natural en provecho de la sociedad, el homo sapiens parece ganar y exhibir su poderío geotransformador, aunque en última instancia esa victoria sea sólo aparente. Sin embargo, no siempre el triunfo va de su lado, pues ante un conjunto de fenómenos que revelan la colosal energía presente en los procesos planetarios, la correlación de fuerzas no da lugar a dudas. Así, los impactos cósmicos, los eventos sísmicos y los meteorológicos, entre otros, clasifican en un linaje contra el cual son improbables los triunfos del hombre. Hoy, las sociedades aprenden a mitigar sus efectos, o adaptarse a ellos. Y es quizás desde esa visión que la progenie humana ha obtenido y obtendrá los mejores resultados.
Los huracanes se incluyen en ese elenco de fenómenos indóciles; y en gran medida debido a esa condición acompañan la historia de Cuba; van de la mano de los tiempos, en conexión evidente y sempiterna. No pocas veces las tempestades resultan protagonistas del suceder cronológico de la Nación. Entonces, sus manifestaciones y consecuencias transmigran hacia la cultura desde múltiples perspectivas y escenarios, como diversas son las percepciones de los individuos acerca del entorno en el que viven.
La mayor parte de las veces “nuestros” ciclones quedan solo como evidencia científica, y en otras se transmutan en leyenda, superstición y quimera. Fernando Ortiz (1881-1969) fue el primero de nuestros científicos sociales en aproximarse a la interconexión naturaleza-cultura desde la perspectiva meteorológica, y su principal resultado aparece en una obra que devino clásica en ese tipo de estudios1.
¿Un huracán en San Cristóbal?
la habanaLa Habana, ciudad colmada de enigmas desde sus mismos orígenes, parece guardar una relación inseparable con los huracanes; y a las puertas del medio milenio de existencia intentaremos presentar algunas ideas sobre los orígenes de esa relación; una relación íntima y temible, porque al fundarse la ciudad quedó sellado su eterno matrimonio con el mar.
El vínculo oceánico de la urbe no se forjó a la vista del Golfo de México, como ahora aparece, amplio y hondo frente a la ciudad; sino de cara al mar Caribe, cuando el conquistador español Pánfilo de Narváez (1470-1528), cumpliendo ordenes de Diego Velazquez (1465–1524), reconocía el occidente de Cuba y decidía que un grupo de avanzada se asentase en un punto de la costa suroccidental al que nombró San Cristóbal.
Aquella villa fue uno de los siete asentamientos poblacionales primigenios establecidos por los españoles en la ínsula, a la que siempre calificaron como si fuera una sola. Fue necesario que las ciencias geográficas alcanzaran mayor desarrollo conceptual y metodológico para admitir que era parte de un islario con más de de cuatro mil territorios emergidos. Estas islas y cayos de menor extensión alrededor de la isla mayor no despertaron interés alguno en los europeos, con la excepción de piratas y filibusteros.
Los orígenes y el devenir de los primeros tiempos de San Cristóbal resultan un misterio para los historiadores, porque de aquella etapa no ha quedado testimonio documental alguno, salvo en las relaciones de los cronistas hispanos2.
La investigadora Hortensia Pichardo Viñals (1904-2001) opinaba que la Villa había sido establecida en la costa meridional del occidente insular a principios de 1514, a la orilla de un río que el relator Francisco López de Gómara (1510-1560) identificó con el nombre de Onicajinal, y de cuyo nombre no quedan relictos claros en la toponimia contemporánea. La profesora Pichardo sustentó su criterio en el contenido de una carta informativa firmada por Diego Velázquez el 1º de agosto de 15143.
La mayor parte de los investigadores aceptan la existencia de esa locación original de la villa, pero se desconoce el punto exacto donde estuvo enclavada y por qué se decidió poco después su traslado hacia la costa norte; primero hacia las inmediaciones del río Almendares, y después hacia su situación actual. Seguramente este traslado no excluyó que algunos vecinos se quedasen en la costa sur por un tiempo más o menos largo, a pesar de todo.
Algunas razones parecen obvias para el cambio: primero, las indudables ventajas del Puerto de Carenas —una excelente bahía del tipo de “bolsa” muy bien protegida por sus propias características topográficas— y después, las desfavorables condiciones medioambientales del poblado original, situado en una costa baja con segmentos pantanosos y plagada de manglares e insectos indeseables como los mosquitos.
No obstante, a estas razones que parecen suficientes para el traslado, pudiera haberse sumado un hecho eventual que bastaría por sí para espantar decisivamente a los recién llegados moradores del lugar: el impacto de un huracán.
El litoral sur de las actuales provincias de Mayabeque y Artemisa limita a una llanura costera que no se alza más de un metro sobre el nivel del mar, y que se caracteriza entre las zonas de máximo peligro de desastres en Cuba, resultante de las potenciales invasiones del mar que acaecen durante el paso de huracanes cuya trayectoria atraviese esa región.
Es natural que los meteoros intensos provoquen una sobreelevación del mar a la derecha del punto de entrada en tierra, debido a la dirección predominante de los vientos que se arremolinan alrededor del vórtice ciclónico, en sentido casi circular.
Este tipo de fenómeno ha ocurrido varias veces en dicho tramo costero, y solo en el siglo XX se recuerdan las extensas inundaciones provocadas por los huracanes de octubre de 1926, octubre de 1944, junio de 1966 (Alma) y agosto de 2004 (Charley), entre otros. En esas ocasiones las aguas del mar avanzaron varios kilómetros hacia el interior e incluso transportaron embarcaciones y objetos pesados tierra adentro. Las playas de Guanimar, Cajío, Surgidero de Batabanó, Mayabeque y Rosario, han sido testigos de la formidable fuerza de las olas.
No es pues desacertado suponer que si en la época de la fundación de la primitiva San Cristóbal ocurrió un evento de esa naturaleza, este haya sido, si no decisivo, por lo menos un factor concomitante para provocar el traslado de la primitiva población hacia un lugar más apropiado y a la vez más seguro. Una opinión en ese sentido fue esbozada hace años por el meteorólogo Roberto Ortiz Héctor4 (1919-1995), y su criterio nos parece plausible, habida cuenta del peso de los argumentos a su favor.
Imaginemos a no más de un centenar de personas que sufren cotidianamente el asedio de una nube de insectos hematófagos, con escasos alimentos y pobres cobijos. Supongámoslas después presenciando cómo de repente aumenta la velocidad del viento que ruge de forma impresionante, cómo los riachuelos se transforman en impetuosas corrientes e inundan el terreno —crecidos por las lluvias—, y finalmente cómo el mar avanza incontenible, lanzando montañas de agua sobre el litoral y sobre sus casas y sembrados. ¿Qué harían…? No es difícil suponer la respuesta: evitar la repetición de la catástrofe, cambiar de sitio, evacuar el lugar donde por otra parte no se habían consolidado aún rasgos culturales e identitarios que fundamentaran arraigo, o el denominado “sentido de pertenencia”.
la habana1Debemos considerar que no es necesaria la presencia de un huracán para causar tales eventualidades. Fuertes vientos del sur, como los que soplan periódicamente en el occidente de Cuba, sobre todo entre los meses de marzo y junio, pueden alcanzar más de 100 kilómetros por hora en rachas, y son, por tanto, capaces de generar inundaciones costeras moderadas. Por otra parte, en las inmediaciones del litoral meridional de Mayabeque y Artemisa no existen colinas o alturas que valgan de refugio natural en caso de inundación.
Fuera de toda idea reduccionista, no suponemos un único motivo para el posible abandono del lugar. La historia, habida cuenta de su intrínseco carácter multifactorial, identifica siempre varias causas para provocar un efecto. Precisamente por ello consideramos que pudo ser un huracán la causa definitiva, entre diversas razones de tipo ambiental, lo que condujo a los primeros “habaneros” a reflexionar sobre los potenciales inconvenientes del terreno y les decidió finalmente al traslado de su villa hacia otra comarca más segura y a la vez favorable: un proceso de adaptación al medio.
Otra parte del problema es la localización exacta del emplazamiento original. El investigador Jenaro Artiles, en su obra La Habana de Velázquez, de 1946, se refirió de la siguiente manera a la falta de evidencias sobre el asentamiento de la villa de San Cristóbal: No se puede, aún hoy, dado el estado actual de la cuestión establecer de manera indiscutible el sitio en que fue fundada La Habana primeramente. Sería necesario, puesto que carecemos de documentos que hablen sobre ello, una cuidadosa exploración, mediante excavaciones arqueológicas, que nos suministraran restos de enterramientos, por lo menos, hogares, herramientas y utensilios domésticos, algún vestigio de la existencia de una población que sino muy numerosa, permaneció allí el tiempo suficiente (5 años por lo menos) para dejar trazas duraderas de su paso5.


Varios decenios después de esa afirmación, no puede decirse algo que sustente sin ambages lo contrario.
Estamos plenamente de acuerdo en que por poco que fuese el tiempo que permaneció poblada la primitiva San Cristóbal, necesariamente tuvo que dejar alguna huella física de su existencia y de la actividad antrópica que allí tuvo lugar. Sin embargo, nada ha sido hallado que de manera concluyente permita saber dónde estuvo localizada aquella primera villa.
¿Cómo es posible esto? Creemos que sólo un hecho lo explica, y es que el sitio donde se hallaba tal evidencia ha sido barrido, dispersado y sepultado varias veces consecutivas por sedimentos terrígenos y arenosos que el mar y las avenidas fluviales lanzaron sobre el primitivo emplazamiento de San Cristóbal, cada vez que cruzaba sobre esa región un huracán o se producía un fuerte sur. Ambos fenómenos, sures y huracanes, están tipificados por sus vientos sostenidos y sus marejadas que generan inundaciones de mayor o menor alcance zonal.
Tal circunstancia interconecta las características geomorfológicas y la historia meteorológica de la región, además del elemento mencionado por los cronistas e historiadores: que la población se hallaba en la desembocadura de un río; esto es, próxima al litoral.
Cualquier huracán, incluso alguno de menor intensidad, resulta capaz de generar marejadas que provocan una acción erosiva de carácter mecánico sobre la línea de costa y la franja litoral. Este fenómeno se denomina surgencia, y consiste en un ascenso forzado del nivel del mar en la zona de aguas someras, donde la batimetría litoral es escasa y la zona de playa o costa baja se extiende por varios kilómetros tierra adentro.
Los sures resultan de la presencia de bajas presiones extratropicales al norte del territorio cubano y en el propio territorio continental norteamericano. Durante los meses de marzo, febrero y abril ocurre la mayor frecuencia de estos eventos.
No resulta difícil suponer el impacto de los trenes de olas que ininterrumpidamente llegan a la costa en tales casos, sin corrientes de retorno que devuelvan al mar esos volúmenes de agua, dada la ausencia de un talud costero; y que ese flujo perdure por 24, 48 o 72 horas. Durante el huracán del 19 al 20 de octubre de 1926, el nivel de las aguas subió en esta zona a unos cinco metros. El investigador Roberto Ortiz Héctor expresó que comprobó personalmente alturas de un metro de marea en Guanimar y El Cajío6, durante una expedición post impacto tras el huracán de 1926.
En el huracán de octubre de 1944, una embarcación de cien toneladas de desplazamiento fue transportada por la marea de tormenta hasta la finca Peñalver, ¡a diez kilómetros de la costa de Guanimar! Y sobre ello no hay la menor duda, pues el impacto del huracán de 1944 está documentado en imágenes, y se conservan la información y fotografías relativas al evento7.
Estudios actuales clasifican al litoral del golfo de Batabanó como de muy alto peligro por surgencias: el más significativo en todo el archipiélago cubano. A partir de sus características físico-geográficas y los impactos que se espera resulten del cambio climático, el manejo de esa zona está regulado por proyectos específicos de mitigación y adaptación que establecen políticas y criterios de planificación física8.
Si en el traslado de la villa de San Cristóbal intervino el impacto de un huracán, o más de uno, esos fenómenos debieron ocurrir entre 1514 y 1519; y no dudamos en incluir al propio 1519 en el intervalo, puesto que en ese año pudo haber sucedido el hecho que colmara la resistencia de los primitivos habitantes del sur, o de quienes decidieron la traslación definitiva de la villa. Sin duda, antes de ese año algunos vecinos podrían haber emigrado ya hacia el punto intermedio sobre las márgenes del río Casiguaguas o Almendares, aunque suponemos el traslado de San Cristóbal desde el sur hacia el norte como un proceso gradual, y nunca como un desplazamiento repentino ejecutado a la vez por todos los residentes en el emplazamiento original.
Un argumento en ese sentido es el hecho de que en varios mapas de Cuba aparecen San Cristóbal y La Habana situadas simultáneamente, como si los dos asentamientos hubiesen coexistido por varios años. Tal duplicidad la hemos corroborado personalmente analizando mapas de los siglos XVI y XVII.
La locación de San Cristóbal en la costa suroccidental de la isla aparece ya en un mapa atribuido a Fernando Bertelli %documento que estudió en el siglo XIX el sabio español Ramón de la Sagra%, y cuya elaboración se remonta a 1564. Y lo mismo puede apreciarse en la carta “Isola Cuba Nova”, trazada por Paolo Forlano en 1565, donde se sitúa el nombre geográfico “S. Xroval” en la región meridional del occidente cubano.
Mucho más interesante es el mapa “Nerenium Matheum Pecciolem”, de 1597. En este, el cosmógrafo colocó “Havana” en la costa norte, y “S. Christoval” en la costa sur del occidente insular9. Asimismo, en la carta “Cuba Insula”, trazada en 1607 por el cosmógrafo Gerardus Mercatoris, puede leerse el topónimo “S. Christophori” sobre la costa sur de Cuba, mientras que en la costa noroccidental de la isla aparece “Hauana”.
Del mismo 1607 es el mapa “Cvba Insula”, redactado por Iodocus Hondius, quien apunta en él 20 nombres geográficos, de los cuales 15 corresponden a poblaciones o villas ya establecidas. Aquí aparece “Havana” en el norocidente cubano, y en el litoral sur %sobre la costanera norte de la ensenada de la Broa%, se lee “S. Christophori”. Como vemos, casi un siglo después aún persistía el nombre de la villa inicial. Ello también se explica, desde luego, por el lento flujo de la información geográfica en la época de Hondius.


Primer desastre natural documentado en La Habana
Si bien persiste un sinnúmero de enigmas sobre el asentamiento original de la villa de San Cristóbal, y resulta hipotético afirmar si uno o más huracanes fueron o no concausa de su traslación hacia la costa septentrional, los documentos históricos en relación con San Cristóbal de La Habana, situada ya en la costa norte desde 1519, nos permiten arribar a algunas puntualidades en relación con lo que parece ser el primer testimonio de un huracán que azotó a los habaneros de la costa norte.
Para ello es imprescindible consultar las Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana, fuente de valor singular para entender el largo proceso de génesis, desarrollo y evolución de la capital del país. La publicación inicial de estos importantes documentos fue promovida por el primer Historiador de la Ciudad, Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964).
Repasando dichos folios es posible conocer los temas principales debatidos en los cabildos, de entre los cuales extraemos dos actas, objeto de interés para este trabajo. La primera de ellas tiene fecha del 30 de octubre de 1557, y su texto dice:


Fue acordado que por cuanto después que vino el huracán en esta villa derribó la carnicería desta villa la cual se ha tornado a cubrir é falta de cercar de la red que primero tenía é por que es cosa conveniente que se cerque de la dicha red porque de otra manera los que pesan carne é pescado reciben perjui­cio de los que la van a comprar que mandaban é mandaron que se ponga en pregón si hay quien la ponga en precio é ansí la mandaron porque se rematara en quien por menos lo hiciere é firmarónlo de sus nombres. Juan de Rojas.- Antonio de la Torre.- Diego de Soto.- Diego López Durán.- Pasó ante mi Francisco Pérez de Borroto escribano publico.


No es preciso enfatizar que la breve relación antes citada alude a un huracán que causó destrozos en la carnicería de la cual se proveía la población habanera, daños que se hace preciso reparar. Si sabemos que por entonces la palabra huracán ya había sido adoptada con un significado casi igual al que hoy posee, se puede asegurar que debió tratarse de un meteoro excepcional, y que el cabildo clasificó como más destructor que una tormenta eléctrica de verano o un episodio de fuertes lluvias.
Cierto es que la mayoría de las construcciones de entonces se caracterizaban por su fragilidad, tanto en las paredes como en sus cubiertas, en las que predominaba el guano de palma, la madera y en el mejor de los casos la teja y el embarrado. No obstante, el uso del calificativo huracán nos confirma con alguna certeza que se trataba de un ciclón tropical bien caracterizado.
Varias semanas después aparece otra acta, fechada el 31 de diciembre de ese mismo año. En esta consta que el cabildo da seguimiento a las acciones de recuperación:


Fué acordado por los dichos Señores que después que la tormenta é huracán pasó los caminos de queste pueblo se sirve que bastece en que son el camino de Matanzas el del Matamanó el de el Guanajay están cerrado é tapados a causa de dicha tormenta é huracán é conviene al servicio de Dios é de Su Majestad é bien é pró desta villa que se abran de suerte que se puedan andar: por tanto que cometían é cometieron para que se haga el repartimiento de lo que cada uno ha de contri­buir para el dicho camino a los Señores Antonio de la Torre é Diego de Soto é Diego Lopez Duran para que pasado el día de los Reyes se abra é firmáronlo”.


Lo anterior parece corroborar que el fenómeno causante de los perjuicios mencionados en el acta de octubre fue un ciclón. Nótese que se reitera “tormenta é huracán”, y que varios caminos están “cerrado é tapados”, probablemente por grandes árboles derribados por la fuerza del viento o por el corrimiento de tierras causado por las inundaciones. El cabildo fija como plazo para la ejecución de los trabajos el 6 de enero, Día de los Reyes Magos.
Finalmente, tal y como señala el ingeniero José Carlos Millás (1889-1965), quien por primera vez investigó estos documentos10, ambas fechas deben conciliarse al calendario Gregoriano, dado que en 1557 se empleaba el calendario Juliano. Hecho el ajuste, la fecha del cabildo de octubre 30 correspondería en realidad al 9 de noviembre; por tanto, el huracán debió cruzar sobre La Habana en los días finales de octubre o primeros de noviembre de 1557.
Es difícil afirmar que en los 38 años que median entre la fecha de fundación de La Habana del norte y la fecha de esta acta, un sólo ciclón tropical dejase sentir sus efectos sobre la villa. Probablemente hubo otros meteoros que con anterioridad habrían afectado a la población o sus inmediaciones, pero de ello no existe memoria conocida; y si tratáramos de extendernos en juicios y deducciones, probablemente iríamos a dar al terreno de la especulación. Quizás los fenómenos anteriores a 1557 no causaron daños de magnitud apreciable.
Consideramos, pues, que las primeras referencias documentales halladas acerca de un fenómeno atmosférico que causó daños significativos en La Habana se remontan a fines de octubre o principios de noviembre de 1557, y que posiblemente se correspondan con el paso de un ciclón tropical por las inmediaciones de la región occidental de Cuba.
Las indagaciones relativas a la fundación y evolución geográfica de La Habana deberán tener, sin duda, continuidad. Aún quedan fondos archivísticos por estudiar y cotejar. Tal vez alguno de ellos guarde los elementos hoy desconocidos que arrojen nueva luz sobre este apasionante asunto. Mientras tanto, formulamos una hipótesis que tal vez tenga su respuesta conclusiva en el futuro.



Notas y referencias

11 Fernando Ortiz, El huracán. Su mitología y sus símbolos, Fondo de Cultura Económica, México D. F. 1947
2 El autor desea significar que este trabajo no tiene por objetivo fijar fechas ni aclarar circunstancias en torno a la fundación de las villas cubanas; cuestión que, a más de otras razones, ha transitado por un camino plagado de debates y conclusiones sobre las que no existe consenso entre los historiadores.
3 Hortensia Pichardo,: La fundación de las primeras villas de la Isla de Cuba, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1986 pp. 37-41.
4 R. Ortiz,: “A qué se debió el traslado de La Habana”, Bohemia, oct. 16, (1984) pp. 86-87, La Habana.
5 J. Artiles: La Habana de Velázquez, Cuadernos de Historia Habanera, Municipio de La Habana, (1946) pp. 22-23, La Habana.
6 R. Ortiz, R.: “Los dos huracanes más intensos que han azotado a La Habana en este siglo (20 de octubre de 1926 y 18 de octubre de 1944)”.
Informe Científico no. 25, Instituto de Meteorología, Dirección de publicaciones de la Academia de Ciencias, La Habana, 1977 16 pp.
7 Luis Gómez Wangüemert,: “La estela del huracán”, en: Carteles, no. 44, octubre 22, 19440 pp. 20-22, La Habana.
8 Colectivo de autores: “Inundaciones costeras”, en: Geo-Cuba 2007 Evaluación del Medio Ambiente cubano, Agencia de Medio Ambiente / Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente / Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente; 2009 pp. 36-37.
9 Estos y otros mapas fueron detenidamente estudiados por el autor en la Mapoteca de la Biblioteca Nacional de Cuba. El resultado de ese estudio aparece en: “San Cristóbal de La Habana o Carenas de Johana. Estudio histórico-geográfico sobre las circunstancias de la fundación y la evolución de la ciudad de La Habana a partir del primer asentamiento en 1514 y hasta 1519”; pp. 31-34, manuscrito inédito y premiado en 1985 por la Dirección Provincial de Radio de La Habana, en ocasión del aniversario 466 de la fundación de San Cristóbal de La Habana.
10 José Carlos Millás Hernández dirigió el Observatorio Nacional desde 1921, por espacio de 40 años. A más de su reconocida trayectoria como meteorólogo, realizó investigaciones sobre temas históricos como el citado estudio de las Actas Capitulares.